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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Luz de la mujer Chamí

Por Adriana Trujillo Murillo (Colombia)

Ahí está doña Rosa Yagarí, sentada junto a su nietesito blanco, escuchando atenta al vicegobernador del Cabildo Cristianía cuando hace un breve recuento de las sesiones pasadas. Hace nada me la encontré saliendo de su casa que queda al lado de la del Jaibaná(1) de la comunidad, sobre toda la carretera en las inmediaciones de Jardín y Andes.

Las nubes negras avisaban la tormenta cuando doña Rosa emprendía su camino, carretera abajo, hacia el cabildo. Pero sus ojos miel luminosos se debatían con la oscura mañana como asegurando que la lluvia no sería impedimento para su decidida asistencia. "Es que voy para un taller de economía cafetera mundial que hay allá… además yo soy excabildo y puedo guiarla hasta el sitio si quiere", me respondió con voz pausada e indecible amabilidad al pedirle que me indicara como llegar.

Durante el trayecto me contó que ya no trabajaba en el Gobierno de su pueblo porque era muy difícil para la mujer Emberá de Cristianía ocuparse del hogar y de labores administrativas al mismo tiempo. Me sorprendió la propiedad con la que hablaba, tan desprovista de vanidades, con acento neutral y elegante concisión. El pequeño rubio de ojos claros, de cuando mucho unos 6 años de edad, sosteniendo la mano de su protectora, comenzó a balbucir unas palabras en la lengua nativa y a sollozar. Bastó una sonrisa de la abuela para el intercambio de dulzura en sus miradas y para que la angustia del niño cesara.

Me inquietaron las evidentes características físicas del chiquillo que lo diferenciaban de los demás de la comunidad, y esforzándome por no parecer entrometida adulé la belleza de los ojos de ambos, a lo que doña Rosa asintió con una carcajadita infantil. Se intensificó el rubor permanente en sus mejillas, y particularmente hermosa la anciana Chamí, dejó en evidencia su timidez, su ternura, su agradecimiento por la sorpresiva lisonja. Así construimos, casi de inmediato, el sendero con destino a lo intangible de su vida. Su amabilidad era el voto de confianza y su imperturbabilidad mi certeza de que su memoria era una marejada de aventura y sabiduría.

La primera confidencia que me hizo fue que la madre del pequeño es la segunda de sus tres hijas y el padre, un colono, un hombre blanco de Medellín(2). Él se enamoró de su hija porque le pareció exótica e inteligente y ella quedó deslumbrada con el sueño libertario que se está haciendo realidad para la mujer citadina que se prepara para algo más que ser esposa y madre. "Pero mi'hijita descubrió que la mujer tiene la misión de dar a luz y proteger su fruto y se decepcionó del hombre que la había ilusionado con un mundo diferente para luego quitarle la ilusión al sembrar en ella su semilla" develó doña Rosa en sus palabras una profunda tristeza. "Ahora yo cuido del niño mientras la madre es profesora en el nordeste de Antioquia(3). Ella tiene sus sueños" dijo y un silencio espontáneo puso un punto a la conversación. Un suspiro y por fin, "este es el cabildo" afirmó. Y con un gracias doña Rosita me perdí en las ganas de seguirme bañando en las apacibles aguas de sus palabras.

Han pasado las horas y las manecillas del firmamento marcan las cinco vespertinas cruzadas por una estela de invierno. El aire tiene el color del frío y el aroma del bosque recién mojado, el ambiente perfecto para una charla con doña Rosa que tiene el poder de darle un virado albaricoque y hacerlo cándido cuando se le ve fijo a los ojos… algo así como el matiz sepia, el olor a viejo y el tono tibio de la voz de la experiencia, del conocimiento.

"¡Buenas! ¿Está muy ocupada doña Rosa?", le pregunté para no molestarla y más me demoré en hacerlo que ella en invitarme a pasar a su sala con mis compañeros. Una estancia pequeña, muros de ladrillo crudo y una ventana con las puertas de par en par por donde han de filtrarse ráfagas del aire puro de la montaña para mantener así de diáfana el alma de la mujer Chamí. Los retratos de sus ocho nietesitos pendían de las paredes y sus juguetes hacían las veces de ornamentos sobre la mesita de centro. Y ahí, sentada sobre su sofá con los días y las noches de unos cincuenta y tantos vividos atrapados en las grietas de su piel y el júbilo y la transparencia asomándose por sus ojos, estaba doña Rosita, expectante, dispuesta.

Comencé por decirle que nos gustaría mucho escuchar su experiencia como exfuncionaria del cabildo y ella inició, sin titubeos, su relato que databa de tiempos pretéritos de su comunidad cuando la región, que ahora es el resguardo, se manchó con la sangre de sus ancestros en la contienda por la recuperación de las tierras que los terratenientes antioqueños les habían arrebatado.

Con el ánimo de contextualizarnos, nos explicó que las montañas del suroeste antioqueño fueron los aposentos de sus tatarabuelos Emberá en los tiempos primeros, luego de partir de San Antonio Chamí en Risaralda desplazados por la violencia colonizadora. Otros indígenas llegaron a Santa Fe de Antioquia desde las aguas del río Pescado, cerca de Tarazá, y de las tierras de Caucasia y Nechí del bajo Cauca. Luego de habitarlo un tiempo, dejaron el pueblo para continuar con su vida errante por las espesuras y cauces antioqueños hasta llegar a Bolombolo en el suroeste. Un hontanar de vida se encontraron en el río San Juan, donde desembocaba el río Cauca. Pero la travesía continuaba de forma ascendente hacia Andes donde se asentaron hasta el día de la fusión de la familia Carupia que provenía del río Verde, con la familia Chamí. "Mis abuelos contaban la unión como la creación de una fraternidad a la que llamaron Campamento Emberá", recordó doña Rosa imprimiéndole a sus palabras una incontenible emoción y agregó que Campamento se decía "siadú" en su dialecto.

Esparcidos por las tierras de Andes, Jardín, Salado; estaban los indígenas Emberá a la llegada de los colonos, ingenieros blancos con intenciones de levantar sus infraestructuras de concreto en los suelos ancestrales. El hito que marcó el comienzo del sometimiento, del hostigamiento y el despojo.

Contaba doña Rosa que la primera mujer que hizo gala del estoicismo y el liderazgo incomparable de la mujer Chamí fue Dolores Tocamá, la indígena que se opuso rotundamente, desde el comienzo, a ceder parte de la tierra a los blancos, a pesar de estar casada con uno. Su logro más importante fue la firma del Gobernador de Antioquia de la época, Gabriel Echeverri, de la escritura de las hectáreas que le pertenecía a su comunidad indígena que entonces no se llamaba Cristianía sino Carmata Rúa porque ese era el nombre de una mata pringamoza, de una especie de ortiga muy común en la región que, según doña Rosita "picaba mucho y los indios escogían palabras que representaran algo especial para nombrar sus pueblos".

La escritura, una simple hoja de papel con la rúbrica de un hombre de las altas esferas, significaba garantía, pertenencia, resguardo. Y se convirtió en herencia de líderes muerte tras muerte desde los remotos a los tiempos más recientes. Sin embargo, en los tiempos de Dolores Tocamá fueron muchos los que se sintieron cuando finalmente entró por Alto Casiano y Alto Flores a Carmata Rúa, el hombre blanco. Carreteras que constituirían avances en la comunicación, la producción y comercialización; urbanizaciones que darían la sensación de civilización; fueron el discurso astuto pintado de progreso que convenció a la comunidad Emberá Chamí de recortar sus confines.

Advirtiendo las abruptas transiciones en la expresión de doña Rosa donde se estampaba la desolación, luego la fe y la hermandad y de pronto, la desilusión; yo sentía mimetizarme en sus emociones. Y el vacío en mi estómago era tan efímero como eterno.

Me contó que su participación activa en los asuntos de su comunidad había comenzado por allá en el año 72 cuando se formó un cabildo por primera vez y se nombró un gobierno por un precedente reciente que tenía que ver con el intento de seguir siendo despojados de sus territorios, marcado por la llegada de un sinnúmero de personas de la capital del departamento. Doña Rosa, con una memoria nítida e inmejorable, recordó nombres como el de Sonia Robledo que era una profesora de la Universidad de Antioquia, Roque Roldán, Darío, María Victoria Restrepo, Miguel Restrepo y Tino Morales; que eran conocidos de el líder del resguardo, Juan Pablo Guasarague, poseedor de la escritura desde que su madre se la entregó en medio de su agonía.

Vientos de negociaciones se filtraron por el sitio y se reavivaron antiguos dolores de vejámenes y explotaciones. "La consigna era una sola: las mujeres indígenas Chamí de Cristianía lucharíamos por la recuperación de la tierra que la familia Escobar Pérez, y otros blancos le quitaron a nuestros antepasados, a nosotros y a nuestra descendencia " dijo con tono vehemente mi interlocutora y agregó que en el año 79 formalizaron la participación de la mujer creando un comité en el que ella hizo las veces de secretaria. "Nos agilizamos y nos motivamos para presionar a los terratenientes. Hicimos contacto con la Universidad de Antioquia que nos ayudó a redactar muchos boletines. Era incansable la mujer Chamí y se puso codo a codo en la lucha. Era candente, hablando vulgarmente. Pero también hubo mucho abandono de hogar y problemas con nuestros compañeros. Eso nos dio duro y tuvimos que abrir, con sacrificio, una guardería para los niños. Pero pensamos: Nosotros vamos a ser líderes, vamos a triunfar. Algún día vamos a tener de nuevo a nuestros hijos. Vamos a ampliar nuestros terrenos. La mujer tenía ese coraje". Me impresionó la transformación de doña Rosa Yagarí. Había abandonado su característico tono pausado para imprimirle una pasión a sus palabras que parecía nacerle de las entrañas. Y no pude evitar imaginarla joven, enérgica, sublevándose en los arados que le había arrebatado la injusticia y la mezquindad. Remató diciendo con un aliento de admiración "En esa época Eulalia Yagarí(4) era una muchachita muy joven. Yo valoro a Eulalia, es muy luchadora, muy querida".

La crudeza de la guerra que vivieron se adivinaba en cada palabra, cada gesto. Duró más o menos tres años según recuerda, pero no fue la derrota ni la desmoralización, sino el triunfo y la reafirmación de su raza el resultado de las palizas, e insultos recibidos, especialmente por parte de la policía.

"¡Indios, ladrones, salvajes! Por qué quieren robar la tierra del terrateniente ¡brutos!" repitió con una voz gutural, como intentando reproducir las voces de los policías que los insultaban y que se han quedado como un eco indeleble en su memoria. "Tiros al aire, un bololó enorme y luego nos arrastraron y nos golpearon con garrotes. Nos metieron a un calabozo en Andes. Era una celda muy chiquita donde teníamos que quedarnos acurrucaditos". Expresó como ausente, con la mirada perdida y luego se paró de su silla para dramatizarnos la tortura a la que fueron sometidos.

Y continuó "Nos enfermamos porque estábamos a la intemperie. Nos dio fiebre y no nos daban comida. Parecíamos como marranitos enjaulados. Luego llegó el párroco Rigoberto y nos dijo que estábamos ahí por desobedientes. Contestamos que esa tierra era de nosotros, que no éramos malos ni habíamos matado a nadie. Que eran nuestros derechos y los de nuestros hijos. Entonces les dio lástima y nos llevaron gaseosas y panes antes de trasladarnos para la cárcel grande, nueva". Yo escuchaba atenta y casi ni espabilaba. Estaba impactada, consternada. Cuando de pronto doña Rosa dijo "estrenamos cárcel ese año" y sonrió. Tampoco yo pude evitar una leve sonrisa ante el inusitado chiste. "se llevó a cabo un proceso conjunto entre las monjitas, los médicos, los funcionarios de Derechos Humanos, instituciones de asuntos indígenas, abogados" prosiguió "y estuvimos doce días apenas en esa cárcel hasta que se dio la negociación con los terratenientes para que pagaran unos veinticinco millones en un plazo de seis meses por ocupar nuestro espacio. Y ahí cesó el hostigamiento".

Recordé entonces que yo había encontrado una información en la internet relacionada con lo que doña Rosa había relatado. En 1975 la gente del municipio de Jardín solicitó al Gobierno departamental la devolución de 1000 hectáreas de las tierras del resguardo de Carmata Rúa. Ante la negativa del Gobierno esta comunidad inició la recuperación pacífica de sus tierras en marzo de 1980 con la siembra simbólica de plátano en una finca de su antiguo resguardo. Como consecuencia de eso, fue asesinado Aníbal Tascón, único abogado indígena en aquel tiempo. Finalmente, el Gobierno de Antioquia intervino en 1981 para adquirir dos propiedades de hacendados que tenían 200 hectáreas de extensión, a favor de los indígenas.

Hoy día, cada 12 de octubre se celebra en Cristianía el aniversario de la recuperación de la tierra y el de la muerte de Aníbal Tascón como mártir de una guerra que cobró muchas vidas pero que ratificó el valor y la intrepidez de los Emberá Chamí.

Fueron 15 años de sufrimientos y satisfacciones para doña Rosa Yagarí en su rol de tesorera del cabildo, secretaria del comité de mujeres, líder de Carmata Rúa que ahora es Cristianía. Y hace varios años fundó el grupo de la tercera edad desde donde se trabaja en pro de la conservación de la cultura Chamí, del dialecto, las danzas, la tradición oral, el médico tradicional, de las inveteradas costumbres que con el paso de los años se han sumergido en un degradé de occidentalización. Y actualmente se desempeña como secretaria de la tienda comunitaria que busca siempre la unión, la solidaridad, la cooperación de la comunidad en la satisfacción de las necesidades básicas de todos.

"¡Ay no! Uno con el tiempo se cansa… además yo ya no participo mucho en el cabildo, escasamente en los talleres formativos, porque pienso que si sigo quién me cuida los nietos para que mis hijas trabajen así como yo lo hice en mi juventud. El humano es como una maquinaria y uno se desgasta, pero el trabajo, los sueños son el alimento del espíritu. Se sufrió mucho pero ahora tenemos nuestra tierra, la emisora, el colegio, hacemos talleres. Aquí llega mucha gente que es siempre bienvenida porque somos una comunidad muy sana, muy querida. No tenemos muchos recursos pero tenemos el principal, el humano". Afirmó ahora con un hálito de satisfacción por el deber cumplido y de esperanza de soluciones a los problemas actuales de su comunidad.

"Doña Rosa ¿usted se sabe canciones en su lengua?" le pregunté. "Sí, me sé algunas. En el grupo de la tercera edad intentamos recuperar algunas y nos inventamos otras. Sacamos una que se llama Juana María. Voy a intentar cantar". Y dicho eso retornó a su rostro ese particular gesto de ternura que acentuaba sus rasgos y ponía en evidencia su intimidación. Cantó, cantó hermoso en su lengua original. Y ella, que acostumbraba hablar con su mirada perdida en sus recuerdos, en el horizonte que separaba su pasado de su presente, me miraba ahora fijamente a los ojos. Sentí con ella la alegría de Juana María, la mujer de la canción que se tomó la chicha y se embriagó, bailó, cogió el totumo, siempre linda. "La canción dice también que Juana María era una mujer incansable y todavía lucha… pero hablando vulgarmente, del berraco gusto es luchadora, bebe y baila bien, sin caerse al suelo. Así como no se cayó, ni se desmoralizó en la recuperación de la tierra" explicó y mientras lo hacía, su pequeño nietesito rubio estaba sentadito en un recodo del corredor del portal, tarareando a Juana María. Entonces, se impregnó el aire frío de magia Chamí, de dulzura. "También le sacamos una a Eulalia que dice que nosotros los ancianos ya somos viejos, ciegos, sordos… inútiles los viejitos. Pero tenemos una hija de Cristianía que es Eulalia. Y que trabaja en Regional Antioquia y pelea mucho con los intelectuales por defender el derecho indígena y las costumbres ancestrales. Ha conocido mucho. Por eso los ancianitos estamos muy orgullosos, contentos vivimos hasta el alma". Rebosante de emoción agregó doña Rosita Yagarí.

Entonces le pedí que me escribiera algo en su lengua para ponerlo en mi galería de recuerdos junto a los suyos. Sonrió y sus ojos, como siempre, brillaron como el oro crudo que se extrae en la mina de la región. Dijo que ella anteriormente era muy necia, y tenía gran habilidad para pensar pero que se estaba perdiendo con los años. Que, sin embargo, intentaría escribirme una frasecita.

Le entregué pluma y papel. Y segundos después un parrafito con caligrafía y ortografía impecables. "Luz de la mujer Chamí es un símbolo es como una flor que riega es como dirigente".

Nos despedimos de la abuela Emberá Chamí y su nietesito mestizo, agradeciéndoles la deliciosa tertulia y con el alma impregnada de su mística y su luz.

(1)Jaibaná: Médico de la comunidad, encargado de la salud a través de métodos ancestrales.
(2)Medellín: Ciudad capital del departamento de Antioquia, Colombia. Una de las principales ciudades del país.
(3)Antioquia: Uno de los 32 departamentos que componen a la República de Colombia.
(4) Eulalia Yagarí: Lider política indígena Embera Chamí.
Más info sobre ella, click aquí.

1 comentario:

  1. Adri, súper chevere! Muuy interesante, además te cuento que yo vengo de los Emberá Katios, probablemente de los Carupia.... Mi abuelo cada que me ve me dice "mi carupia". El salió de la tribu, por alla cerca a Dabeiba y emigró a mi amado Valle. Me haces dar ganas de explorar mis orígenes... Vamos a ver qué resulta! Un abrazo, y sigue escribiendo que es muy rico leerte!

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