Por Gabriel R. Gualdesi (Argentina)
Setenta fueron los prolongados días donde la mirada internacional se mantuvo expectante en la Mina San José, ubicada a 45 kilómetros de la ciudad chilena de Copiapó, lugar donde 33 mineros habían quedado atrapados a 700 metros de profundidad por un desmoronamiento que cubrió la entrada del yacimiento de cobre perteneciente a la empresa minera San Esteban.
El inesperado evento se dirimió luego de que los mineros salieran a la superficie con vida a través de una capsula denominada “Fénix 2”, luego de un inmenso operativo realizado por el gobierno chileno.
Frente a las lentes de las cámaras televisivas de todo el mundo esto fue, sin lugar a dudas, un milagro que se celebró con júbilo y alegría e incluso con bromas en alusión a su larga estadía en el fondo de la tierra o por el hecho de que a uno de los mineros lo esperaba en la superficie un problema amoroso entre su esposa y su amante.

Lo que los grandes medios de comunicación dejaron de lado mientras realizaban emotivos informes sobre la vida de los sobrevivientes, sobre la eficacia del rescate, sobre la genialidad de las autoridades chilenas, fueron las enormes irregularidades en las normas de seguridad de los trabajadores mineros del establecimiento San José.
De hecho Juan Illanes, uno de los sobrevivientes declaró que luego de que los operarios inspeccionaran la mina, el mismo día del derrumbe, pidieron autorización para salir a la superficie. La empresa finalmente les respondió negativamente.
Estas declaraciones fueron corroboradas por dos mineros más, Jimmy Sánchez y Omar Reygadas, pero la compañía salió a desmentir, por un comunicado de prensa, la versión de los sobrevivientes expresando que, ese día nadie comentó sobre ruidos o explosiones inusuales en el predio.
Tras las irrefutables pruebas de anomalías en el rubro minero, el gobierno nacional debió comenzar una depuración de distintos organismos, como del Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile, relevando del cargo de director a Alejandro Vío el 10 de agosto, 5 días luego del desastre.
También el 23 de agosto se creó la Comisión de Expertos para la Seguridad en el Trabajo y el día 27 del mismo mes se anunció la creación de una superintendencia de minería en el país, medidas un poco tardías para apalear el grave incidente causado por las irregularidades en la seguridad laboral en un sector de importante relevancia para la economía nacional.
Pero Chile no es un país ajeno y aislado del contexto internacional, de hecho incidentes de estas magnitudes (muchos de ellos que podrían anunciarse como verdaderas catástrofes) pueden apreciarse en la cotidianeidad de las noticias mundiales.
Aún cuando la noticia del rescate de los trabajadores de la mina de Copiapó seguía fresca en la memoria colectiva sucedieron una serie de trágicos acontecimientos alrededor del mundo de los que poco se comentó, pero los cuales nos muestran la precariedad de las condiciones de seguridad de los mineros del mundo, particularmente de países subdesarrollados o en vías de desarrollo.
En Ecuador, el día 14 de octubre se derrumba una mina de oro al sur del país, mueren 4 operarios.
Con horas de diferencia hay otro derrumbe en un yacimiento carbonífero de Colombia, también son 4 los hombres fallecidos.
Al día siguiente, en China, mueren 37 personas por una explosión de gas en una mina de carbón de la provincia de Henan.
También en China, el 28 de octubre, mueren 12 operarios al inundarse una mina de carbón.
11 son los mineros sepultados por un grave accidente en el país africano de Ruanda el 31 de octubre, la mayoría son trabajadores ilegales.
Sudamérica, Asia, África, tres continentes donde la precariedad laboral y las infracciones se ven a flor de piel, particularmente en este rubro productor de materia prima que maneja miles de millones de dólares al año, donde compañías multinacionales de renombre son literalmente países en donde la ley nacional (y supranacional) no se aplica, donde las regalías que se deja a los gobiernos locales son miserables en comparación con las colosales ganancias que se llevan en minerales para refinar en sus países de origen.
Incluso se llega al absurdo punto de que, según un informe publicado en conjunto por distintas ONG (Christian Aid, Third World Network Africa, Tax Justice Network Africa y Southern Africa Resource Watch), las principales empresas mineras evaden impuestos en distintos países de África por más de 68 mil millones de euros a través de mecanismos fraudulentos como la falsificación de los balances de cuentas.
Si hay algo claro en todo esto es que la precarización de la seguridad minera no solo es una forma de atentar contra la integridad de los trabajadores, de exponerlos a peligros que podrían evitarse, sino que también pueden ser interesantes sumas de dinero que estas mismas empresas (que rehúsan pagar impuestos en África) pueden ahorrarse a costa de los empleados.
Frente a todo esto están los trabajadores, los mineros y operadores de la mina, las personas que hacen funcionar esta industria y que diariamente exponen su salud y su cuerpo. Sin ellos el avance industrial no podría existir, los materiales para los celulares, los automóviles, las vías férreas y la energía diaria solo quedarían en el corazón de la tierra.
-ALGUNAS CONCLUSIONES-
Es de primordial importancia que en materia de seguridad laboral los países en vías de desarrollo y subdesarrollados pongan un pie firme para evitar el avasallamiento de estas compañías apátridas que desconocen la primacía de la vida humana frente al capital. Ningún estado del mundo puede permitir el acoso de un sector económico a la seguridad y salud de los trabajadores.
La pelea no es sencilla ya que los intereses entre el ámbito político y el ámbito de los negocios se entrelazan muy fácilmente, pero es de vital importancia que estas empresas, si quieren seguir trabajando en el rubro, modifiquen radicalmente sus condiciones de trabajo ya sea que sus empleados vivan en Inglaterra o en Bangladesh, en Canadá o en Bolivia, las condiciones deben ser las mismas, en óptimas condiciones de seguridad y de bienestar. Si no se logra eso la experiencia de esos 33 hombres en el fondo del infierno solo servirá para rellenar hojas en los periódicos.
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